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El descubrimiento de nuestra verdadera esencia
es algo que vamos revelando, tras remover los telares de la vida, pues somos
criados en ignorancia, para que con la experiencia, lleguemos al camino que
abarca todos los preciados conocimientos que conducen a la labor “de conocernos
a nosotros mismos”. No significa que somos una sola cosa, pues tenemos control
externo sobre nuestros disfraces y podemos modificar nuestro equipaje (nuestros,
pensamientos, emociones y hábitos), sin embargo, nuestra alma siempre será la
misma, porque es la parte de la creación que fue entregada a nosotros por Dios.
El alma no cambia, simplemente es expuesta a toda clase de circunstancias que
afectan nuestro equipaje, para que modifiquemos a estos, a favor de que el alma
sea nuestra verdadera representante en la vida terrestre.
Las pruebas que nos pone la vida son
perfectamente orquestadas, porque nos elevan y nos quiebran hasta que nos
cansemos de caer de rodillas y en vez de victimizarnos más, nos paremos y
vayamos decididamente por lo que es nuestro: la felicidad en todos sus
aspectos. Los dolores son repeticiones de situaciones en diferentes tiempos,
que vuelven a resonar con nuestro cuerpo energético, porque aún no están
resueltos, o no hemos adquirido el valor de la lección que la vida trata de
dejarnos como herramienta de superación. Y las alegrías, son una muestra clara
de la sinfonía universal, una evidencia de lo que sucede cuando la vida es vivida
en abundancia y estamos en sintonía con lo puro y bello; son la inspiración
para seguir luchando por sanarnos de raíz de todo lo mundano, librarnos de
nuestro equipaje y vivir una vida llena de paz, en la que recibimos todo lo que
nuestro corazón más anhela, a cambio de servir a la humanidad sin prejuicios,
sin limitaciones y esparciendo nuestros talentos y pasiones por el mundo.
Antes de tener la vida soñada, en la realidad
(en vez de sólo en sueños), debemos enfrentarnos a batallas fuertes que nos
harán dudar, llorar, sufrir, perder la fe, caer en un hoyo negro, y quedarnos
impotentes ante nuestras vidas por un tiempo. Proceso necesario de choque entre
el mundo físico (terrestre) y el mundo espiritual (el de infinitas
posibilidades), para que encontremos el poder dentro de nosotros mismos para
entender que todo lo que creemos que es “limitado” es realmente “ilimitado” y
que la conciencia que divide a esto dos conceptos (uno que ata y otro que
libera) es la del tiempo (la que vive pensando en el pasado o futuro en vez del
presente): la de los juicios, creencias, culpas y disculpas que prologan la
distancia entre nuestro pensamiento y nuestra acción por el simple hecho de que
están condicionadas a limitaciones creadas por un cuerpo físico y energético
lleno de bloqueos, que fueron producto de haber sido criado en la ignorancia.
El despertar de la ignorancia, o la transición
de capullo, sucederá similar al nacimiento de la mariposa o la creación de la
perla, el cuerpo extraño (las limitaciones, los miedos, los traumas, los
recuerdos, los juicios, las culpas) invadirá una y otra vez al cuerpo físico,
hasta que a punta de golpes asimile uno a uno todos esos factores que conllevan
al mismo destino (el sufrimiento) y al fin se rinda ante ellos: se rinda ante
la culpa inmensa que siente de lo que hizo, lo que no hace y lo que hará; se
rinda ante sus limitaciones de que está destinado a “tener mala fortuna”, “nada
le sale”, “está cansado de luchar”, “se está poniendo viejo”, “se le hizo
tarde”, “las puertas están cerradas”; se rinda ante sus recuerdos que están
atados a lo que ya no es ni volverá, o lo que ya lo destruyó, pero de igual
manera atados a sentimientos de dolor; se rinda ante el hecho de que hay una
fuerza mayor que domina su vida que lo llena de angustia (EL MIEDO); y por
último, se rinda ante el hecho de que “es un pobre desgraciado, indigno y no
merece la felicidad”. Al asimilar a todos esos demonios, el alma ilumina la
conciencia que al fin logra silencio entre tanto ruido y entendemos algo
esencial: Al sentirnos derrotados ante TODO en nuestra vida que “creemos es la
pura realidad” y no es más que sombra, se nos abren los ojos al fin para poder
ver, que a raíz de aquello ¡YA NO HAY NADA QUE PERDER! Y al ver que ya no hay nada que perder, es
que podemos comenzar la transformación de dejar ir uno a uno esos demonios pero
ahora desde un lugar de cariño y de paz, porque nos damos cuenta que todos son
producto de nuestras ideas de “fracaso, pérdida o trauma” de cosas que ya
pasaron y que no limitan nuestro presente más.
A todos los demonios que nos persiguieron toda
la vida en las tinieblas, y cuando andábamos en la ignorancia, a un paso de
volver a sufrir por otra razón mundana u obstáculo (que no era más que otra
prueba del camino), es bueno considerarlos como lo que son: “pajaritos bebés”
heridos, desnutridos y abusados, producto de nuestro Ego (versión temporal de
nosotros en la tierra, mientras descubrimos nuestro verdadero Ser), que ha sido
abatido por las tormentas de la vida, y afectado por los traumas del pasado.
Cuando nuestro Ego es afectado, al igual que el pajarito herido, sigue aferrado
a nosotros porque está debilitado, en pena y además no tiene alas aún,
consideremos pues que las alas son como el conocimiento que ilumina cuando es
encontrado, los pajaritos en cambio, tienen afectada toda su estructura con los
daños que no saben irse por su propia cuenta, necesitan que nosotros los
guiemos para que crezcan sus alas y puedan volar como pájaros saludables y
lejos de nosotros. Si notamos, cada uno de esos pajaritos heridos (el miedo, la
culpa, el dolor, etc) es una resistencia ante las situación adversa que
requiere de un poder mayor (no proveniente del Ego, sino de la verdad del Ser)
para poder asimilarlo en paz, el miedo es una manera en que nuestro Ego nos
quiere proteger al inicio de nuestras vidas,
la culpa es una manera en que nuestro Ego se resiste a disfrutar de la
vida, y así sucesivamente, dado que el Ego se apega a todo lo limitante que le
puede generar sufrimiento y el Ser es un
testigo viviente de la dicha y la paz.
De modo que al abrigar a estos pajaritos en vez de darnos más palo con
la culpabilidad (que no conduce a nada) y al ruido de la mente que se opone al
cambio hacia la paz, y además nutrirlos, sin juzgarlos sino aceptarlos, abrazarlos, agradecerles sus
lecciones y decirles adiós, es la mejor manera de hacer las paces con el
sufrimiento que dividirá para siempre nuestra vida pasada, de nuestra vida real
y permanente, la vida a nuestra manera y sin sombras ni limitaciones de ningún
tipo…nuestra verdad.
Después de librarnos gentilmente de lo que nos
acosó toda la vida, como una fuerza que parecía invencible y con un poco de
amor, se volvió la más tenue de las brisas, tenemos que liberarnos de los
muertos vivientes, aquellas personas que después de nuestra transformación, ya
no apoyan nuestro camino hacia la verdad, porque siguen entre las sombras y
creyendo que los pajaritos heridos, son demonios. Pero como a tantos de estos nos los seguiremos topando en
el común, esperando que algo de nuestra luz les llegue a iluminar un pedazo de
la vida y dejen de sufrir, los que tenemos que limpiar son a los cercanos, los
que la vida misma o nosotros mismos trajimos a nuestro camino.
¿Por qué es necesaria esta limpieza? Primero,
porque lo roto atrae lo roto, después de enfrentarnos con todo lo que “creíamos
ser” (que no era más que una versión extralimitada de nosotros), vemos que nos
rodea más que todo gente que tenía las mismas
“creencias limitantes” que solíamos tener, porque para eso los habíamos
escogido tiempos atrás, para que nos apoyaran en nuestro “sufrimiento” porque
ellos también sentían o comprendían de una manera u otra, las mismas cosas. Y
no es difícil reconocer con el primer reencuentro de nosotros en nuestro nuevo
Ser y ellos en su Ego aún, que siguen en su mundo de oscuridad, de culparse a
ellos o a los demás, de irradiar desagradecimiento y negatividad, y de estar un
paso más cerca de encontrar la verdad, pero como es un proceso individual, los
dejamos ir para que si la vida les permite “despertarse” podamos volver a
compartir, pero esta vez incondicionalmente, sin juicios, sin pasado y sin
condiciones. La segunda razón por la que debemos hacer una limpieza gentil de
nuestros cercanos es porque nuestros familiares llevan toda la vida, metidos en
la nuestra, el lazo ha proporcionado un exceso de confianza en donde quizás se
generaron nuestras peores batallas internas, y algunos de estos lazos han
quedado maltratados profundamente, perdonar no es un acto instantáneo en
nuestro despertar, es un proceso de entendimiento, que a su propio ritmo nos va
dando el valor de soltar, de olvidar y de perdonar de corazón, no por
intenciones confusas y razones indefinidas que pretenden generar una cosa pero
aspiran a otra, o sea sin ningún interés más que nuestra paz, y cuando estemos
más aclarados espiritualmente, para desearle la paz al que nos hizo daño,
porque reconocemos también que fue otro pájaro herido…atraído por el nuestro.
Perdonar es un proceso que toma tiempo porque
es el último paso de nuestra sanación, es aquel acto que literalmente borra el
pasado, porque hace las paces con él, dejándonos sólo el presente, el momento
actual para disfrutarlo como nunca y la conciencia de hacer todo lo posible
para conquistar lo que deseamos HOY, no mañana y sin la conciencia del AYER.
Para aclarar nuestra mente de tanta chatarra subconsciente que no nos apoya en
nuestras metas (sino que contribuyó a tantas depresiones terrenales), es
necesaria la privacidad, el aislamiento y el desapego de la rutina para volver
a encontrar el silencio. Al principio de nuestro nuevo camino la mente sigue en
resistencia y por eso elige el ruido, para generar duda y confusión, pero donde
hay silencio prima la paz y la libertad, de modo que para reconectarnos con esa
nueva frecuencia de la mente (la tranquilidad) debemos alejarnos de todo el
ruido externo, para enfrentar el interno y dejarlo agonizar a su tiempo de su
propia desesperación.
Cuando adquirimos el silencio, todo nuestro
alrededor cambia, tomamos conciencia de las infinitas posibilidades que nos
rodean y ahí es que comienza a surgir el pensamiento optimista, un pensamiento
que resurge de las cenizas y olvida todos sus recuerdos, ideas preconcebidas y
demás para adoptar sólo lo bueno: la dicha, la gratitud, la desnudez del alma,
porque al fin nos damos permiso de ser nosotros mismos, en TODO momento. A raíz
de poder irradiar la luz, es que comenzamos a vivir desde el alma, desde
nuestro verdadero SER y cuerpo, emociones y mente, son nuestro equipo (ya no
equipa-je) que funciona como una unidad a favor de toda nuestra felicidad y por
primera vez, al igual que todos los pajaritos rotos que pasaron por nuestras
vidas, nosotros también crecemos nuestras propias alas…y entendemos lo que
significa desde el lugar más puro…la absoluta libertad y la eternidad.
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julio de 2012
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