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EL TRASTORNO EGÓTICO
¿Somos narcisistas?
Por astr. Rosa Pezzuti - La Palma, Islas Canarias
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Estudios
recientes, a cargo de neurólogos de la Universidad Libre de
Berlín, aportan sólidas evidencias de que los narcisistas
presentan una reducción de la materia gris en la ínsula y
en otras zonas relacionadas del córtex cerebral, la sede de la
mente humana hasta donde alcanza, por ahora, nuestro entender.
Para ir comprendiendo algo más, es preciso decir que la
ínsula es una zona de la corteza cerebral, la capa más
exterior del cerebro y la que se pliega en surcos con el fin de hacer
sitio a nuestras demandas cognitivas. La ínsula estaría
en el fondo del surco más profundo del cerebro. Gracias a
estudios anteriores sobre esta área del cerebro, se sabe que
está relacionada con la consciencia y con la autoconsciencia (la
capacidad de reconocerse delante de un espejo), la percepción,
la conexión y la experiencia interpersonal; además de con
la empatía o, lo que es lo mismo, la capacidad de identificarse
con el otro y de conectar emocionalmente.
El trastorno de la personalidad narcisista, término empleado por
la American Psychiatric Association, se asocia al paciente que muestra
un patrón general de grandiosidad, necesidad de
admiración y de falta de empatía, todo esto a un nivel
patológico.
Podríamos aplicar la definición a aquella persona que
está completamente convencida de su valía más
allá de cualquier duda, absorta en sí misma, por lo
tanto, indiferente hacia las necesidades de su entorno, ávida e
insaciable de admiración y de toda clase de atención por
parte de los demás. Todas estas características nos
pueden hacer dudar con aquellas personas que tienen un sentido alto de
autoestima y confianza en sí mismas.
La diferencia, sin embargo, radica en que la personalidad narcisista
esconde una baja autoestima y, aquéllos que padecen este
trastorno, no saben manejar la crítica, en un intento
defensivo de proteger su sentido de valía personal.
Si queremos ahondar un poco más, se puede hacer referencia al
ejemplo del ‘amor cortés’, donde, al poeta, lo que
le preocupa no es la realidad de la amada sino las emociones que ella
despierta en el enamorado, de hecho, la amada vendría a ser una
especie de espejo. Aquí lo que el enamorado ve no es una persona
sino una proyección de algo que está en su propio
interior, tal como lo relata uno de los propios poetas:
“No tengo ya poder sobre mí mismo desde el día en
que ella me dejó mirar dentro de sus ojos, en ese espejo que
tanto me complace. Desde que me he visto en ti, espejo, mis profundos
suspiros me matan, y estoy perdido, como el bello Narciso que se
perdió en el manantial”.
FREUD asoció el mito de Narciso a una etapa temprana del
desarrollo del niño, como base de patologías posteriores
llamadas actualmente trastorno narcisista. Si nos hacemos eco de la
mitología, el nombre remite al relato de Narciso, un joven muy
hermoso de quien las doncellas se enamoraban, mas él las
rechazaba. Arrogante y soberbio, acaba por despreciar a la ninfa Eco
que, desesperada, se retira a la espesura del bosque y allí,
rota por el dolor, se consumió hasta que sólo
quedó su voz.
Némesis, la diosa de la Venganza, hace que la profecía
del adivino se cumpla (Tiresias le predijo a la madre de Narciso que
éste tendría una larga vida “mientras nunca se
conociera a sí mismo”) al condenarlo a ver su imagen en
una fuente un día en que Narciso iba paseando por el bosque.
Inclinándose para beber y viendo, por primera vez su rostro, se
enamora de sí mismo, esperando ser correspondido por su propio
reflejo, sin atreverse a beber por miedo a dañarlo, incapaz de
dejar de mirarlo. Finalmente, murió contemplando su reflejo y la
flor que lleva su nombre creció en el lugar de su muerte.
Ahora bien, toda esta información nos da una nueva visión
y comprensión en el campo de la compleja Neurociencia, aportando
evidencia ‘empírica’ de anormalidades estructurales
en los cerebros de las personas afectadas por el trastorno narcisista
y, seguramente, se irá avanzando en su estudio para afianzar lo
descubierto hasta el momento.
Asimismo, por su parte, la Astrología, en su constante
comprensión de la personalidad, puede contribuir al estudio
‘empírico’ del trastorno de la personalidad
narcisista, con la observación de la carta astral y sus
indicadores astrológicos.
Sin querer dañar la imagen de bondadoso, magnánimo,
altruista o de héroe del símbolo del Sol en el signo de
su domicilio, Leo, no podemos, sin embargo, negar que quienes tienen
esta configuración sienten una particular necesidad de ser el
centro de atención y es probable que se sientan incapaces de
tolerar situaciones en las cuales todos los ojos no estén
enfocados en él o ella. Es frecuente que con aspectos
difíciles estas personas estén tentadas a manipular o a
exagerar con el fin de llamar la atención.
Lo mismo podríamos decir de Venus, una vez más, sin
ánimo de enturbiar su imagen de diosa romana del Amor, en sus
dos facetas, Tauro y Libra, lo sensual, el disfrute del cuerpo
físico, el placer por el placer mismo y la belleza del
equilibrio, lo hermoso y estético, buscar el sentirnos bien a
través de la pareja. Es fácil ver que con aspectos nada
armoniosos uno puede estar enamorado del amor o del amor por sí
mismo.
Venus, en su mejor faceta, nos proporciona la capacidad de apreciar,
valorar, amar y ser amados. Somos complacientes y nos dejamos
complacer. Todo esto suena a música celestial, pero
¿qué pasaría con aspectos difíciles? La
diosa posee también otras facetas menos placenteras para los
oídos más sensibles.
Si a todo este panorama le agregamos que una conjunción muy
cercana, o matrimonio, entre Sol y Venus puede conducir a la
egolatría, a actitudes pomposas y a excesivas ambiciones, lo
comentado toma otra dimensión, pero de ahí a tener el
trastorno de la personalidad narcisista (sin olvidar que disponemos del
mapa natal en su totalidad) puede que sea tarea empírica, pero
nos acercamos un poquito más a su comprensión y su
ulterior observación y comprobación.
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julio de 2013
Rev. Dig. UNIVERSO Nueva Era
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