Este título puede hacer que algunos meneen la
cabeza. ¿Cómo puede ser posible? Las dimensiones de este título son muy amplias.
Sugiere que -al mismo tiempo- también nosotros somos buenos y que como niños
éramos buenos y lo seguimos siendo. Dice que también nuestros padres son buenos
porque también ellos fueron niños, que como niños eran buenos y también como
padres lo son.
Yo quiero aclarar algo acerca del trasfondo de
esta frase, lejos de las habladurías superficiales cuando se dice: “Pero el niño
hizo eso y los padres hicieron lo otro”. Ellos lo hicieron. ¿Pero por qué? Por
amor.
Lo voy a explicar más en profundidad y haré un
ejercicio con ustedes con cuya ayuda podrán rastrear en vuestra alma lo que
significa ser bueno de verdad. Naturalmente la conclusión es –yo me anticipo a
ella- que cada uno es bueno así como es. Que precisamente él es bueno porque es
como es. Que por lo tanto no tenemos por qué preocuparnos de si nosotros mismos,
nuestros hijos, o nuestros padres son o no son buenos. Por momentos nuestra
mirada se nubla y eso nos impide ver donde somos buenos, donde los hijos son
buenos y donde sus padres lo son. Quisiera explicarlo primero en términos
generales antes de que lo percibamos interiormente.
El campo espiritual
A través de la constelación familiar salió a la
luz que estamos integrados en un sistema más grande, un sistema familiar. A ese
sistema pertenecen no solamente nuestros padres y hermanos, sino también los
abuelos, bisabuelos y los antepasados. A ese sistema también pertenecen otros
que de una manera determinada fueron importantes para ese sistema, como por
ejemplo anteriores relaciones de pareja de nuestros padres o abuelos. En ese
sistema todos serán conducidos por una fuerza común. Esa fuerza obedece a
ciertas leyes.
El sistema familiar es un campo espiritual.
Dentro de ese campo espiritual –así podemos descubrirlo a través de la
constelación familiar- todos están en sintonía con los demás. A veces ese campo
está desordenado. El desorden en un campo de este tipo se produce cuando alguien
que también pertenece a él fue excluido o rechazado u olvidado. Estas personas
excluidas y olvidadas están en sintonía con nosotros y se hacen notar en el
presente. Pues en ese campo vale una ley fundamental: Todo aquel que
pertenece tiene el mismo derecho a pertenecer. Nadie puede ser excluido.
Nadie se escapa de este campo, la persona seguirá actuando en él.
Cuando una persona fue excluida,
independientemente de cuales fueron los motivos, bajo la influencia de ese campo
y a través de esa resonancia otro integrante de la familia será designado para
representarla. Entonces esa persona, un niño por ejemplo, se comporta de modo
extraño. Tal vez se vuelva adicta, enferma, criminal o agresiva. Tal vez pueda
convertirse incluso en un asesino o un esquizofrénico o lo que sea. ¿Pero por
qué? Porque esa persona mira con amor al excluido y con su comportamiento nos
obliga a mirar también con amor a esa persona rechazada y excluida. Este así
llamado comportamiento extraño no es otra cosa que amor por alguien que fue
excluido en ese campo.
En lugar de que ahora miremos a ese niño con
preocupación y tratemos de cambiarlo, lo que de todas maneras tampoco ayudará,
porque - como ustedes ya saben- están actuando fuerzas poderosas, miramos junto
con ese niño a ese campo al que pertenecemos, a ese campo espiritual, hasta que
bajo la conducción de ese niño podamos mirar al sitio donde la persona excluida
espera ser vista y reincorporada a nuestra alma, a nuestro corazón, a nuestra
familia, a nuestro grupo, tal vez también a nuestro pueblo.
Por consiguiente, todos los niños son buenos si
nosotros dejamos que lo sean. Esto quiere decir, si en lugar de mirar a los
niños miramos hacia donde ellos miran con amor.
Esta es entonces la gran experiencia en la
constelación familiar: en lugar de que nos preocupemos por esos niños o por
otras personas y que pensemos de ellos, “¿pero cómo pueden comportarse así?”,
junto con ellos miramos a la persona excluida y la volvemos a incluir. Tanto
pronto como esta persona es reincorporada en el alma de los padres, de la
familia y del grupo, el niño respirará profundamente y finalmente podrá ser
libre de ese enredo (implicación) con otra persona.
Si lo sabemos estaremos en condiciones de esperar
hasta saber hacia dónde nos conduce el comportamiento de ese niño, hacia dónde
nos lleva a nosotros como padres o como otro miembro de la familia. Cuando junto
con el niño vamos hacia allí e incluimos a la otra persona, los niños quedarán
liberados.
¿Quién más es liberado? También nosotros como
padres o como otro miembro de la familia. De pronto seremos distintos o más
ricos, porque le hemos devuelto su lugar a algo excluido en nosotros mismos.
Todos podrán comportarse ahora en el presente de una manera distinta. Con más
amor, con más tolerancia, más allá de nuestras burdas diferenciaciones de bueno
y malo a través de las cuales nosotros tal vez creemos que somos mejores y los
otros peores, a pesar de que los otros de quienes pensamos que son peores
solamente aman de otra manera. Cuando junto con ellos miramos hacia donde ellos
aman las diferenciaciones entre bueno y malo se acaban.
Otra conclusión es naturalmente que nuestros
padres son buenos y que detrás de todo lo que tal vez queremos criticar de ellos
está presente el amor. Sin embargo, ese amor no viene hacia nosotros sino que va
a otro lugar, hacia allí adonde ellos miraban cuando eran niños, hacia alguien
que ellos querían reincorporar a la familia. Cuando comenzamos a darles un lugar
en nosotros a todos esos excluidos, entonces junto con nuestros padres miraremos
hacia donde ellos aman. Nosotros seremos libres y nuestros padres también lo
serán. De repente nos percibimos en una situación completamente distinta y
aprendemos lo que significa el verdadero amor.
|