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Un
año luz es la distancia que recorre la luz en un año. La
luz viaja a la velocidad de 300.000 kilómetros por segundo.
Las estrellas que observamos en el firmamento son la luz emitida por
las estrellas hace miles de años luz, según la distancia
de cada estrella.
La distancia media del Sol a la Tierra es de aproximadamente
149.600.000 kilómetros y su luz recorre esta distancia en 8
minutos y 19 segundos
Significa que el Sol que observamos en este mismo instante es un Sol de
hace 8 minutos 19 segundos. Significa también que las estrellas
que observamos en el firmamento nocturno son luces de hace miles de
años. En conclusión lo que observamos es el pasado.
Esta dimensión física del universo no nos permite
observar el ahora, por lo que nuestra observación queda
distorsionada por el factor tiempo – espacio.
¿Cómo son en realidad, en este mismo instante, esas
galaxias, soles, planetas distantes a millones de años luz? No
lo sabemos, ya que desde esta dimensión física o tiempo -
espacial solo podemos observar el pasado.
El ahora, el presente sin tiempo, corresponde a una realidad espiritual
donde el tiempo – espacio no se manifiesta. La luz, tal como la
conoce nuestra mente binaria, no es la luz verdadera, la luz del
espíritu no viaja a velocidad alguna por el mundo
fenoménico del tiempo – espacio. Eso que llamamos
velocidad de la luz, es un fenómeno de percepción dado el
estado de la materia por la que observamos la manifestación de
la luz.
Los tratados más antiguo que conoce la humanidad nos hablan de;
mas allá del mundo fenoménico existe una realidad
última, el absoluto, que este absoluto, Dios o como le llamemos
se encuentra como principio dentro de la composición
multidimensional o fenoménica del mismo ser humano. Que Dios, la
Luz Perpetua, la Realidad, es la causa de todo.
Podemos intentar comprender el fenómeno de la existencia por
analogía con las olas que se suceden en el océano.
Nuestras individualidades existen como fenómenos temporales
manifestados en el océano de la vida. Nuestra inmortalidad no se
encuentra en salvar las olas temporales, sino en disipar el espejismo
universal que hemos creado y descubrir que somos el océano, la
vida trascendente, la inteligencia suprema que manifiesta lo causal y
fenoménico. Querer salvar, volver trascendente nuestras
personalidades es como intentar inmortalizar una ola. Podemos poner un
nombre a la ola, crearle una historia, incluso divinizarla mediante un
sistema de creencias, pero al final la ola ha de romperse y volverse
océano, retornar a su grandeza, volverse una en Dios.
Más allá de nuestras necesidades humanas de seguridad y
salvación de nuestras individuales, urge comprender a Dios, al
todo, desde una nueva perspectiva, un nuevo estado de conciencia, SOMOS
OLAS EN EL OCEANO DE LA VIDA. Al comprender el significado profundo de
esta realidad espiritual, todos los dioses e ídolos
caerán de los altares fosilizados del viejo paradigma. Descubrir
que todos somos hermanos en la unidad del océano de la vida
inteligente, infinita y maravillosa, nos reconcilia, nos descentraliza
y nos devuelve al espíritu, ese YO SOY ESO, que nos habita mas
allá de lo fenoménico. Volvernos conscientes de que este
mundo fenoménico está regido por leyes como la causa y el
efecto entre muchas otras aun incomprensibles, dará un nuevo
sentido a la civilización naciente. Comprender que lo
fenoménico es una especie de danza cósmica maravillosa en
la que esa vida se recrea rítmicamente, nos permite transitar
armoniosamente, respetándonos como unidades temporales, como
flores que saben que son hijas de la eterna primavera que aparece
periódicamente.
Las religiones y la cultura espiritual que pretenda vendernos la
inmortalidad de la personalidad están destinadas a enfrentar la
realidad espiritual que la ciencia nos está demostrando. Cuando
viajando al interior del microcosmos descubre la ciencia que la
partícula- onda es un portal del absoluto que se nos revela.
Dios está siendo descubierto, la noticia es que no tiene rostro,
es un océano de luz.
En la nueva era el Dios primitivo que aun conservamos en la memoria
colectiva, morirá de muchas formas para renacer desde una
visión trascendente donde nuestro yo no sea el centro, donde el
centro es el océano de la vida una que todo lo contiene y todo
lo manifiesta.
En la historia hubo un momento en la que los humanos abandonamos las
creencias en muchos dioses, politeísmo, para comenzar a pensar
en un Dios único monoteísmo, el paso siguiente de
despojar a ese Dios de toda visión antropomórfica
despersonalizarlo, dejar de percibirlo como creador separado de sus
criaturas.
El Budismo nos habló del nirvana, el cristianismo de la gloria
de los cielos. Los que descubrieron la verdad nos la revelaron
amorosamente atendiendo a la estatura de nuestra evolución.
Jiddu Krishnamurti se acercó a esta realidad en tiempos
modernos. Desde la ciencia David Joseph Bohm nos dio la primicia de un
nuevo paradigma, Dios es mente, principio auto-organizador de todo.
Albert Einstein nos indicó que las matemáticas que
conocemos son apenas ejercicios de niños de primer grado.
El viaje en el que somos proyectados desde la misma Mónada,
pasando por el Cuerpo Causal, Mental, Astral y Físico es una
danza, los que se apegan se pierden y quedan presos en la rueda. Todo
nace y muere desde la visión del mundo fenoménico, pero
lo que llamaos muerte es solo el ingreso al océano, siempre le
hemos llamado retorno a la casa del padre.
Cuando nuestras conciencias se expandan nos daremos cuenta de que
estamos danzando en medio de una luz. Esta nueva conciencia
podrá observar, sin miedo, sin ansiedad, la personalidad y a la
vez su trascendencia en el todo sabiéndose inmortal del otro
lado del individuo, entonces seremos capaces de experimentar el
verdadero éxtasis del amor disipándose el espejismo de la
separatividad.
La inmortalidad está en la vida inmortal que compartimos, la
parte separada se vuelve mortal, ella es fenómeno.
No tengamos temor de morir como ola, de morir como gota de agua cuando
sabemos que retornamos permanentemente, que somos el Dios Uno, en el
océano que siempre hemos sido. El mal del mundo, si es que
existe el mal, consiste en la interpretación de nuestra
rudimentaria mente concreta que observa el mundo de los objetos como
entidades separadas, esta vieja mente condicionada por su propia forma
de ver e interpretar.
En este viaje, en esta danza estamos avanzando en la disipación
de nuestros propios espejismos. Pronto tendremos una nueva mente que
nos permitirá vernos como corporificas iones temporales de la
eternidad, el salto de liberación será extraordinario.
Esta verdad palpita en el interior de todos. Los nuevos rituales
espirituales consistirán en la práctica de danzas que nos
recuerden esa totalidad, de música que nos reintegre a la
fuente. Mientras la ola dure, vivamos armoniosamente, felices, sin
complicarnos la vida. Somos inmortales, somos todas las olas y todas
las gotas de agua. Mi altar favorito, el mar. |
diciembre de 2012
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