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No
estoy segura si nos damos realmente cuenta de cómo nos duele
cada vez que nos decepcionamos. Es como sentir un pinchazo, como si
algo nos robara un pedazo de ilusión y en su lugar dejara
tristeza. Aunque quizá sí nos demos cuenta,
quizá lo sepamos y lo escondemos. Y ya sea por la pérdida
o ya sea por el hecho de esconder y aparentar, sufrimos.
Sufrimos cuando nos decepcionamos sin darnos cuenta que si ocurre es
porque esperábamos algo, algo que no ha sucedido, algo que no ha
ocurrido o simplemente algo que fue distinto a como queríamos y
esperábamos. Y es este hecho el que nos provoca el dolor. En
definitiva es un dolor provocado, creado por nosotros mismos y lo que
esperábamos, que quizá se traduce en algo interno, en
nuestra propia decepción.
Siempre
me gusta decir que quizá el dolor es inevitable pero que
el sufrimiento es completamente opcional. Puedo querer algo, pero puedo
elegir si quiero sufrir o no cuando la vida me trae algo diferente. La
verdad es que siempre que he dejado hacer libremente a la vida
ésta nunca ha dejado de sorprenderme. Y gratamente. Sin embargo
otras veces intentamos manipular los momentos, crearlos si es preciso,
para que se adecuen a la idea "perfecta" que teníamos.
Y entonces terminamos en una especie de bucle alimentado por el
sufrimiento y la decepción disfrazada de tristeza. Sin
darnos cuenta de que nuestra base parte, inconscientemente, de
realizar actos donde esperamos una recompensa. Seguro que
pensarás que si tienes un detalle con tu pareja lo normal es que
tu pareja lo tenga contigo. Pues no, no es normal, es lo que hemos
aprendido. Claro que nos gustan los detalles o que nos digan "te
quiero", pero nadie tiene la obligación de tenerlos ni de
decirlo. Ni siquiera tú.
Son nuestras expectativas las que realmente nos limitan. Y delimitan.
Sobre todo en pareja. Nos hacemos una idea de cómo nos
gustaría que fuera o de cómo tiene que ser y dejamos de
ver la realidad, sólo porque no cumple lo que esperamos.
Entonces nos engañamos pensando en que ya cambiará, ya
mejorará, ya será... y en cada uno de estos momentos se
instala un poco más de tristeza y decepción. Si
fuéramos honestos quizá nos atreveríamos a ver sin
miedo, sin juicio, que nuestra expectativa se basaba en pequeñas
mentiras alimentadas por nuestros miedos. A veces nos daríamos
cuenta que amamos con la esperanza de que ese amor venga de vuelta. Nos
daríamos cuenta de que acompañamos para no ver la soledad
que nos alberga. Sin ver, sin pensar que si realmente nos
diéramos cuenta estaríamos llenos de nosotros mismos, de
vida, de ilusión. Porque nosotros somos los dueños de
nuestra vida, podemos elegir, podemos marchar, volver, hacer o
deshacer ¿Qué hay mejor que eso? No hay expectativa o
deseo que te llene si no te llenas tú mismo.
¿Y cuándo ayudamos a los demás? Por supuesto que
nos gusta escuchar, ayudar, regalar, cuidar y todo aquello que hacemos
para ayudar al prójimo. El problema radica cuando esperamos ser
correspondidos de alguna forma. Y nos engañamos diciendo cosas
como "si yo no esperaba nada, sólo las gracias ¡qué
menos!" No nos engañemos, cuando decimos esto también
estamos esperando algo, un gracias, un detalle o que la persona se
comporte de forma diferente hacia nosotros. Sea lo que sea, esperamos.
Así que bajo esta premisa quizá podríamos pensar
cuál es el verdadero motivo de nuestras acciones. Si lo pensamos
con honestidad, sin juzgarnos, seguramente nos demos cuenta que
esperamos reconocimiento. Esperamos existir, destacar en la vida de
alguien. En realidad muchas veces ayudamos por ayudarnos, por el hecho
de sentirnos bien con nosotros mismos, por conseguir la palmada en la
espalda, porque alguien nos diga que somos buenos, especiales, de gran
corazón, porque, en definitiva, andamos inseguros y necesitamos
el apoyo de otros para continuar. Olvidamos que nosotros somos los
protagonistas y que es nuestra responsabilidad, pero también
nuestro regalo, el poder tomar y llevar las riendas de nuestra propia
vida. Y que nuestro valor lo conocemos nosotros y en nosotros
está el valorarlo.
Así que si das hazlo sin esperar. Si cuidas o escuchas, hazlo de
corazón. El agradecimiento te lo traerá la vida y, el dar
sin pedir nada más, te traerá el mejor de los regalos: la
paz y serenidad de tu espiritu. Y recuerda que no puedes dar lo que no
tienes. No te esfuerces por quedar bien. Si no tienes fuerzas para
levantarte, no levantes. Si no puedes escucharte, no escuches. Si no
puedes abrazarte, no abraces. Porque cuando estamos bendecidos por la
serenidad, por la felicidad, tu energía contagia a los
demás y, sin darte cuenta, estás
ayudándoles. Actúa cuando salga natural, cuando
fluya sin esfuerzo. Porque si quieres dar has de empezar por tí
mismo.
La próxima vez que notes el pinchazo de la decepción en
tu corazón, pregúntate qué estabas esperando en
realidad y después abrazáte. Abrázate con
intensidad, como si fueras tu mejor amigo, porque en realidad
así es. Abrázate. Hay una parte de tí que
sólo quiere existir y para ello necesita tu cariño.
Fuente: http://blog.masajemetamorfico.com/ |
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*Terapeuta
en Técnica Metamórfica, Reiki, Hipnosis. Terapias
manuales. Diplomada por la A.E.D.H.E. y por la Federación
Española de Gimnasia.
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mayo de 2012
Rev.
Dig. UNIVERSO
Nueva
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