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Cada mañana...
Por Teresa Alcázar* - España
teresa@masajemetamorfico.com
Cada mañana sube la cuesta que va hasta el cementerio. Siempre con su bolsa del bocadillo, su camisa, quizá encima su chaqueta (depende de la época del año) y su paso constante.

Aún no son las siete de la mañana y ahí está, despidiendo a la luna y saludando al sol que quiere prepararse para salir.

Es muy educado, a la vieja usanza. Esa que muchas veces echo de menos. Un día atendía una llamada de teléfono y cuando dije hola él me contestó buenos días, creyendo que era para él. Me sorprendió tan agradablemente que estoy deseando cruzarme en su camino otra mañana y desearle buenos días. Pero nunca se da. Le veo subiendo su cuesta, cada día, cada año.

No sé si tiene familia, si podrá quejarse con alguien de hacer lo mismo cada día, si quiere jubilarse y no puede o si quieren jubilarle y no quiere. No sé si tiene hijos a los que mantener. No sé si piensa alguna vez en la vida que imaginaba de joven, si alguna vez piensa en lo diferente que ha sido, si acepta cómo ha venido todo o si, simplemente, se conforma.

Pero sí se que cada día, llueva, nieve, con frío o con calor él sube esa cuesta desde quién sabe dónde, siempre andando, sin coches, autobuses o bicicletas. Cada mañana emplea sus pies y da el primer paso que le lleva a su destino.

Pero hoy es diferente. Hoy miro alrededor y descubro que hay otro mundo en el mismo camino. Varios coches han aparcado, la mayoría prácticamente nuevos. Varios modelos de "utilitarios" aunque siempre despunta el Mercedes Coupé o el 4x4 seis veces más grande que la chica que lo conduce. Veo diferente edades aunque ninguna supera los 35.

Miro de nuevo hacia el caminante educado, ese señor que cada mañana camina a su trabajo y no puedo evitar sonreír ante la diferencia.

Estoy segura que vivió esa época en la que lo normal era heredar la ropa del hermano mayor, compartir los libros de texto ya pintarrajeados, tener que pedir permiso para llegar más tarde de la hora acordada o dinero para salir porque, probablemente, no había paga. Y si cogías un coche era el de tu padre y el tuyo, el primero que tuviste, era de segunda mano.

No me imagino a la chica que está sentada en el coche cambiándose unas zapatillas por unos tacones viviendo eso. Tampoco la imagino con su bocadillo bajo el brazo, recorriendo la misma cuesta cada día, o considerar hacerlo por un ahorro en gasolina, coche, mantenimiento o, en definitiva, vida.

Hace que me pregunte en qué momento tomamos la comodidad como un imprescindible. No me imagino a la chica de los tacones con el 127 heredado de su abuelo o con el R5 que le arregló y montó su hermano de un desguace.

Uno de los chicos está presumiendo de bólido. Me acerco como gata curiosa. No he de negar que es bonito. Quiero imaginar que sale los fines de semana con él porque si sólo lo usa para venir a su trabajo para mí sería como tener a un pastor alemán en un estudio de 20m2.

Está hablando de todos los extras que incluye y del dineral que le ha costado. Todos miran con admiración y visible envidia. Al fin y al cabo al chico sólo le va a costar cinco años de su vida pagarlo.

¡Cinco años! Y lo dice como si nada.

Imagino que se ve seguro en su trabajo, en su entorno. Creo que aún no ha comprendido que en la vida seguras hay pocas cosas y que pueden limitarse a aspectos relacionados con vida, muerte y, muchas veces, voluntad.

Y mientras me alejo de ellos no puedo evitar mirar de nuevo buscando al señor que ya casi está en la cima de la cuesta. Estoy a punto de perderle de vista pero no puedo evitar mirarle y mirar al grupo de chicos de coches nuevos con zapatos de tacón. No puedo evitar preguntarme qué ha ocurrido en el medio.

Tengo la sensación de que en ese medio tuvo que existir alguna rendija donde se cayeron y perdieron algunas cosas.

Aunque quizá en la pérdida esté un nuevo nacimiento. Quién sabe.

Pero sí sé que este contraste me hace estar más consciente y afianzarme propósitos de lo aprendido y visto.

Caminaré un poco más y cogeré el coche un poco menos. Primaré mi comodidad y no una moda. Intentaré no vender o hipotecar en exceso mi futuro y, sobre todo, no esperaré a preguntarme si ésta es la vida que quería, si así lo imaginaba o si así lo pretendía.

Creo que hoy es un buen día para ponerme las zapatillas y subir la cuesta.

Todo empieza con un solo paso y quién sabe lo que puede esperarte al final.

No esperes a mañana para preguntarte, para cambiarte. Constrúyete y camina consciente cada día de tu vida.
*Terapeuta en Técnica Metamórfica, Reiki, Hipnosis. Terapias manuales. Diplomada por la A.E.D.H.E. y por la Federación Española de Gimnasia.
septiembre de 2012
Rev. Dig. UNIVERSO Nueva Era

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