ESTE 22 DE DICIEMBRE A LAS 12:19 AM SE CELEBRA EL SOLSTICIO DE INVIERNO EN EL HEMISFERIO NORTE
Tradicionalmente el solsticio de invierno era una de las fechas
más importantes del año, símbolo del recogimiento,
la oscuridad, la muerte y el subsecuente triunfo de la luz. Si uno
desea tener presente los ciclos de la naturaleza y busca armonizar con
los patrones del tiempo y sus diferentes energías o arquetipos,
celebrar el solsticio es una de las principales maneras de hacerlo. Este 2015 en el hemisferio norte
el solsticio se llevará a cabo exactamente el 22 de diciembre a
las 4:48 am hora del meridiano de Greenwich; en la Ciudad de
México ocurrirá a las 10:48 pm el 21 de diciembre, para
Venezuela a las 12:019 am, el día que tradicionalmente se
asocia con el solsticio pero no necesariamente el día en el que
ocurre este evento astronómico.
El solsticio de invierno es el día más corto del
año y la noche más larga por lo cual simboliza un proceso
de muerte, también ligado al invierno y a la retirada de las
energías vitales. El significado de la palabra
“solsticio” viene del latín sol
+ sistere (“quedarse quieto”), una alusión
al momento en el que el Sol llega al punto más alto del cielo
desde nuestra perspectiva y an apariencia parece detenerse por un
instante (un instante de mágica e ilusoria suspensión
temporal que parece fijar, en esa espectral inmovilidad, el momento de
su muerte). Podemos decir que este día se trata de la
observación de la sombra tanto psicológica como
físicamente y si queremos ubicar en un punto específico
el solsticio –además de que esta vez ocurrirá
en su momento exacto en la noche—podemos notar el 21 de diciembre
la sombra del Sol al mediodía, que será la sombra
más larga de todo el año.
En esa sombra, podemos adivinar, está una imagen del alma del
Sol que muere este día. En esa sombra, si somos espejos del
cielo, tal vez también esté tu muerte. Las religiones
antiguas consideraban al Sol un símbolo de la personalidad
suprema, el gran héroe arquetípico que atraviesa las
diferentes estaciones y debe también descender al inframundo
para luego renacer y remarcar la victoria de la luz sobre las fuerzas
de la oscuridad –una victoria inevitable pero que virtuosamente
debe de ser honrada con la contrición y el sacrificio. Al
concebir al hombre como un microcosmos del cielo y a la naturaleza
terrestre como una madeja interdependiente de los procesos
cósmicos, los antiguos vieron reflejadas sus vidas en la
vicisitudes del Sol. Así la muerte de nuestra estrella, su
descenso y su pérdida de luminosidad es actuada y padecida de
manera fractal por el hombre y por todos los seres de la naturaleza.
Al declinar el año suele aparecer un estado de recogimiento e
incluso una depresión natural (en Escandinavia, por ejemplo,
esto es una condición bastante seria ligada a la falta de
serotonina que produce ausencia de la luz). La época del
solsticio marca astrológicamente la entrada del signo zodiacal
Capricornio, regido por Saturno, el planeta de la melancolía y
de las dificultades que deben sufrirse para crecer. Saturno, sin
embargo, también simboliza la paciencia, el trabajo y la
preparación de la tierra para que retome las cualidades primeras
que le permitirán más tarde florecer. En el I
Ching, Richard Wilhelm escribe sobre lo Receptivo: “es cuando la
fuerza oscura de la naturaleza origina el fin del año”.
Ciertamente Capricornio, un signo femenino, cuyo elemento es la tierra,
es una buena representación de la receptividad. Es esta
época, en la que toda la vida está concentrada en el
subsuelo, en la que los alquimistas excavan astrológicamente y
encuentran la materia prima que tendrán que nutrir con
“la sangre del león verde” (el espíritu
vegetal), las sales y el rocío, como si se tratara de un
niño (el “niño Dios”) al cual hay que
cuidadosamente estimular para convertirlo en el Rey Sol (en
Cristo). Es bajo el dominio de Saturno, de la muerte del Sol y de la
bilis negra que inicia la primera fase de la alquimia,
el nigredo, la cual culminará en la obtención de la
piedra de los filósofos o la medicina universal. La alquimia ama
las conjunción de los opuestos y no es de extrañarse que
justamente en la muerte, en este periodo de agonía y decrepitud,
se haga presente la vida, la semilla áurea, la luz inmortal.
Así en esta melancolía, en este memento mori, en
este descenso al limo del alma, se encuentra la semilla del
espíritu que florecerá hacia el esplendor del solsticio
de verano y que diseminará generosamente la vida en el mundo (y
es que la luz y la vida son místicamente
sinónimos: ”In Him was life, and the life was the
Light of men”, San Juan). No parece ser una casualidad que
en la antigua Roma se celebraran en estas fechas las saturnalias, las
orgiásticas fiestas de Saturno, quien además de ser el
viejo Padre Tiempo, también era el dios de la agricultura, ligado en
sus orígenes pre-olímpicos con la Edad de Oro en la
mítica Arcadia. Estas fiestas culminaban con las celebraciones
del Sol Invictus, un apelativo empleado para el dios de la
luz, Mitra, adorado en cultos iniciáticos romanos y una figura
en la que existen ciertos paralelos con Cristo y Dionisio, por lo que
algunos han propuesto la hipótesis de que la Navidad
substituyó en el calendario religioso a estas fiestas paganas
siguiendo la agenda oculta del poder imperial. Aunque el renacimiento
de Cristo no se celebra en estas fechas –pero sí su
nacimiento– no podemos dejar de observar la resonancia que existe
entre el proceso del Sol y la divinidad encarnada, siendo Cristo,
el Mesías, esotéricamente una
representación del Sol, especialmente si seguimos la antigua ley
de las analogías. Leemos en la Tabla Esmeralda que: “Lo de
abajo es como lo de arriba, y lo de arriba es como lo de abajo, para
obrar los milagros de una cosa”. Siguiendo la vieja
interpretación de que este texto hermético describe los
principios filosóficos por los cuales se obtiene la piedra
filosofal, debemos mencionar que este proceso de
transformación, el opus magnum, es nombrado “la obra
del Sol” y que los alquimistas consideraban que Cristo era en
realidad la piedra filosofal, el espíritu de la luz (o el Logos)
encarnado en la Tierra, la iluminación de la naturaleza y la
restauración del reino de Dios. Johannes Trithemius, el maestro
de Paracelso escribió: Pero esta Agua y este Fuego, que crecen
en una sola esencia, producen la gran Panacea, compuesta de debilidad y
fuerza: el Cordero y el León unidos en uno.
El Lapis de los alquimistas, la Piedra Filosofal, es el Hijo
Lo anterior puede llevarnos a terrenos demasiado esotéricos para
este artículo celebratorio del renacimiento del Sol que sobre
todo invita a participar en una meditación sobre los procesos de
la naturaleza y el vínculo que éstos tienen con nuestros
propios procesos.
En este sentido parece apropiado, si sintonizamos el cauce de
estos días (el aspecto cualitativo del tiempo, el arcano de la
naturaleza), morir también, morir aunque sea un poco, no
resistirnos a un estado melancólico, a una sumersión a
las profundidades cavernosas de nuestra psique y tal vez ahí,
decir con Camus: “En medio del invierno descubrí que
había, dentro de mí, un verano invencible”. En todo
lo que muere –en este mismo Sol mortecino– podemos ver
aquello que nace y entonces podemos descubrir el secreto de la vida:
que es eterna.
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